El Exorcista”, la famosa cinta de terror que el director William
Friedkin filmó en 1973 y que relata la posesión demoníaca de una niña de
12 años, es catalogada sin dudas como la película más aterradora de la
historia. Sin embargo, lo que pocos saben es que la historia, tomada del
libro del mismo nombre del escritor William Peter Blatty, está basada
en un caso real de posesión satánica que afectó a un adolescente de 14
años en las localidades norteamericanas de Maryland y Missouri, en 1949.
El
adolescente, a quien la Iglesia Católica le dio posteriormente el
seudónimo de Roland Doe para proteger su verdadera identidad, era hijo
único de una familia de origen alemán y de creencias lutero-cristianas.
Los extraños fenómenos comenzaron en propiedad en enero de 1949 en la
misma casa de Roland, cuando en el dormitorio de su abuela un cuadro en
el que se representaba a Jesús apareció torcido y se movía como si
alguien golpeara la pared tras él. Cuando el cuadro fue enderezado, se
siguió escuchando el chirrido de unos arañazos tras la pared, “como si
una garra rascara la madera”. Los arañazos continuaron oyéndose durante
11 días y se detuvieron casualmente el día en que murió Harriet, una tía
espiritista de Roland que le había enseñado a manejar el tablero Ouija.
Cuando la mujer falleció, el adolescente habría intentado contactarla a
través de la famosa y esotérica tabla. A partir de ese momento se
agudizarían los problemas.
En
la casa de Roland, quien había comenzado a volverse hosco y reservado y
durante las noches tenía pesadillas en las que parecía hablar con
alguien, se reanudaron los arañazos en las paredes, los muebles
comenzaron a moverse solos y muchos objetos comenzaron a levitar. El
caso llegó a oídos de un reverendo local quien, estupefacto, no sólo
presenció estos fenómenos, sino que también vio como la cama del
muchacho se sacudía sola y en su pecho aparecían varios arañazos en
forma de letra, como “si alguien los hubiera trazado desde dentro con un
cuchillo”.
El religioso, sospechando que un poder maligno había
invadido el cuerpo de Roland, se puso en contacto con un especialista,
el sacerdote católico Albert Hughes, quien lo primero que hizo fue
visitar al chico. Llevaba consigo una botella de agua bendita y unos
cirios para iluminar su habitación. Pero, a poco de entrar, la botella
con agua bendita explotó y las velas, al ser prendidas, lanzaron grandes
llamaradas. Cuando se acercó a Roland, que se encontraba acostado y
como en estado de trance, éste le habló con una voz irreconocible y
cavernosa que dijo en latín: “Oh, sacerdote de Cristo, sabes que soy un
demonio. ¿Por qué me molestas?”.
Hughes de inmediato hizo dos
cosas. Pidió autorización al Arzobispado de Washington para practicar un
exorcismo e internó a a Roland en una custodiada pieza del Georgetown
Hospital, una institución dirigida por jesuitas y atendida por monjas.
Roland fue atado con correas a una cama y permaneció tumbado con los
ojos cerrados, aparentemente tranquilo. Pero, al entrar Hughes en la
habitación, vestido con un birrete negro, una estola púrpura al cuello y
con un aspersor de agua bendita en una de sus manos, Roland despertó
violentamente y con la misma voz tétrica de antes le ordenó quitarse la
cruz que llevaba oculta. Asimismo habría comenzado a proferir juramentos
en lengua semítica y aramea mientras en su pecho comenzaban a aparecer
nuevos arañazos en forma de palabras.
El padre Hughes se arrodilló
junto a la cama de Roland y comenzó a recitar las oraciones previas
para preparar el exorcismo. Pero, después que dijera la frase “Mas
líbranos del mal”, Roland logró desasir una de sus manos y arrancó una
pieza metálica del somier. Con la misma pieza Roland hizo una gran
rajadura en el brazo izquierdo del sacerdote, desde el hombro hasta la
muñeca, herida que debió ser curada posteriormente con más de 100
puntos. El exorcismo fue suspendido de inmediato.
Los padres jesuitas entran en acción
La
familia de Roland decidió trasladarlo a una casa de unos parientes
ubicada en Saint Louis, Missouri. Allí fue visitado por dos personas: el
sacerdote y profesor de Teología Raymond Bishop y el sacerdote William
S. Bowdern, un hombre catalogado de santo por las personas que lo
conocían. Según las instrucciones del Arzobispado de Washington, sería
el padre Bowdern el encargado de hacer el exorcismo, el que debería ser
realizado en secreto aunque anotando en un diario todos los detalles.
El
10 de marzo de 1949 Bishop y Bowdern hablaron con Roland y rezaron el
rosario con él. El adolescente parecía tranquilo, pero en cuanto le
dejaron solo en su habitación volvió a gritar pidiendo ayuda. Tenía dos
arañazos en forma de cruz en sus antebrazos, un gran librero de 25 kilos
se había movido solo colocándose ante la puerta de su dormitorio y su
cama comenzó a sacudirse frenéticamente.
La noche del 16 de marzo
el padre Bowdern comenzó el exorcismo. Tras rociar con agua bendita la
cama, que no dejaba de moverse, comenzó a leer las oraciones del ritual.
Cuando dijo: “Yo te ordeno, espíritu impuro, seas quien seas, junto con
todos tus asociados que han tomado posesión de este siervo de Dios,
que, por los misterios de la Encarnación, Pasión, Resurrección y
Ascensión de nuestro Señor me digas mediante alguna señal tu nombre, el
día y la hora de tu partida…”, arañazos cruzaron la garganta, los
muslos, el estómago, la espalda y el rostro de Roland. En su pecho
apareció la palabra “hell” (infierno) y en su zona púbica se dibujó la
letra X y la palabra “go” (ir). Durante la siguiente sesión el sacerdote
le preguntó al demonio su nombre, y al instante se dibujó con arañazos
sobre el pecho de Roland la palabra “spite” (rencor o malevolencia).
A
medida que el exorcismo avanzaba, el estado de Roland crecía en
violencia y espanto. Hablaba y gritaba con una voz ronca, reía con una
carcajada diabólica, insultaba a los sacerdotes y maldecía al oír las
plegarias o el nombre de Jesús. Y en los pocos momentos de calma
proyectaba un aura siniestra que los exorcistas llaman “el roce de
satanás”.
El día 18 de abril, luego que el joven fuera ingresado
en el hospital de los Hermanos de los Pobres de Saint Louis, se libró la
última batalla contra el maligno. Los religiosos pusieron en la
habitación una estatua del arcángel San Miguel venciendo al dragón antes
de que el padre Bowdern pronunciara las últimas letanías del exorcismo.
A los pocos minutos, de la propia boca de Roland, salió una voz nueva,
límpida y profunda: “Satanás, Satanás, soy San Miguel y te ordeno a ti y
a los otros espíritus malignos que abandonéis el cuerpo en nombre de
Dominus, inmediatamente, ¡ahora, ahora, ahora!”. Entonces, durante
varios minutos, Roland se debatió violentamente entre espantosas
contorsiones. Luego, tras detenerse abruptamente, éste dijo con toda
calma a todos los presentes: “Se ha ido”. A la mañana siguiente comulgó
en la capilla del hospital y por la tarde durmió una larga siesta. Y
cuando despertó parecía no recordar nada de su penosa experiencia.
“¿Dónde estoy? ¿Qué ha ocurrido?”, les preguntó a los sacerdotes.
Cuando
Roland se marchó del hospital, su habitación fue clausurada con llave.
En un cajón con llave del velador permaneció el diario escrito por el
padre Bishop, el cual sólo fue dado a conocer en 1978 (nueve sacerdotes y
39 testigos firmaron un documento en el que afirmaron que el caso de
Roland Doe fue un caso de posesión demoníaca auténtica).
Con
respecto a Roland Doe, se asegura que después de la pesadilla por la que
pasó tuvo una vida absolutamente normal. Se casó, fue padre de dos
hijos, ejerció un empleo gubernamental y se radicó en los alrededores de
Maryland. Y siempre se negó de plano a relatar o lucrar con su
increíble historia.
En agosto de 1949, William Peter Blatty, un
joven estudiante de literatura de la Universidad jesuita de Georgetown,
leyó en el diario The Washington Post la siguiente noticia: “Un
sacerdote libra a un joven de las garras del demonio”. 20 años después,
tras investigar meticulosamente los hechos y cambiar a petición del
padre Bowdern la verdadera identidad del protagonista por la de una
niña, escribió una novela que tituló “El Exorcista” y que vendió 13
millones de copias. Dos años después, el libro sirvió de base para el
guión de la película más aterradora de toda la historia, la primera en
su género en ser nominada al premio Oscar y que también traería su
propia carga de maldiciones. Pero esa es otra historia.
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